La opinión de TIME. (Gracias a nuestra reportera internacional Luisa)
El atractivo de este cinturón de castidad cinematográfico sobre el vampiro noble (Robert Pattinson) y la chica que lo ama (Kristen Stewart) no siempre se ha perdido por completo en mí. Me gusta Anna Kendrick. Me gusta el padre bufonesco de Bella. En alguna parte alrededor de la segunda entrega de Crepúsculo, un sentido de entretenimiento de la auto-parodia surgió. Sin embargo, esta entrega, que tenía dentro de ella la promesa de la explosiva consumación, en vez de entregada telenovela a nivel de follar en seco en una alta densidad de hilos de seda. La crisis de la película fue algo auténtico - un feto híbrido chupando la vida de Bella desde el interior. Sin embargo, el elenco insípido de los Cullen en pie alrededor de la vieja mansión, hizo el tema tan convincente como un debate sobre si se encargan cortinas nuevas. El nacimiento en sí debería haber sido emocionante. En cambio, la llegada de los Cullens más jóvenes, como dirigida por Bill Condon, se sentía como otro elemento decepcionante de esta saga remilgada, extrañamente pro-vida, anti-diversión. Esta fue la más sangrienta de las películas de Crepúsculo, pero de alguna manera la que más sin derramamiento de ella.
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