lunes, 18 de marzo de 2013

Otra magnífica crítica sobre 50 sombras de chorradas

Sigo flipando cuando veo a las mujeres en los grupos de FB dedicados a Grey y cómo babean por un maltratador. Cuando una persona normal termina un libro, no se queda estancado en él y lo le dedica grupos ni nada de eso.

He leído mucho, muchísimo. No pasa ni un sólo día sin que lea pero me limito a eso. Hay historias que me gustan más que otras y personajes que me gustan más que otros pero cuando termino el libro, paso al siguiente y listo.

Pues no. Las fans de maltratador se ponen su apellido en FB, Twitter y toda red social que puedan. Le dedican grupos y se pasan las 24 horas al día hablando del personaje y de la historia. Lo peor es cuando ves que el 80% de esas dementes, son mujeres de más de 35 años.

Tengo que aclarar algo que parecen no comprender o que no quieren hacerlo. Ellas respaldan su locura con blog amaters dedicados a las críticas de libros. Algunos lo añaden a su crítica pero otros prefieren no hacerlo hacerlo. La editorial les envía la caja con todo el lote: fic encuadernado y esposas compradas en los chinos. ¿Qué quieren a cambio? Que digan que el fic es una maravilla. ¿No lo sabías? Pues sí, eso lo hacen muchas editoriales. Sobre todo las que venden auténtica basura y quieren esconder su porquería tras mujeres desesperadas por un buen polvo.

También se respaldan en las ventas del libro. Ellas, tan lumbreras como son, asocian la venta con la calidad. ¿Cuántas películas malas venden en taquilla? Muchas. ¿Cuántos programas basura, como Sálvame, son líderes de audiencia? Muchos. La calidad no se asocia al éxito. Sí, ha vendido millones de "libros", ¿y qué? ¿Eso los hace mejores? Eso demuestra la de mujeres mal folladas y analfabetas que hay por el mundo. Normal que seamos el sexo débil si nos venden una chorrada y muchas se cortan las venas por tenerlo y adorarlo hasta la enfermedad.

The Clinic es un diario chileno que le ha dedicado unas palabras a la bazofia de James. La verdad es que da en el clavo.
Cincuenta sombras de Grey, primera parte: La mina arribista que no calienta a nadie

No es necesario explicar que Cincuenta Sombras de Grey fue uno de los libros más leídos en el verano. En cada vagón de metro, en cada micro troncal se encontraba alguna joven o señora con el ladrillo de 600 páginas a $13 mil y algo sobre las piernas, calentándose con la historia de amor entre Christian Grey y Anastasia Steel. Por eso, en The Clinic Online nos dimos la gran paja de leer esta trilogía “erótica” para saber cuál era la gran novedad. Y llegamos a la conclusión de que es nuestro deber prevenirlos a ustedes, futuros lectores, de por qué Cincuenta Sombras de Grey tiene de liberal lo que la iglesia católica tiene de progresista.

Resumen ejecutivo: Un día Anastasia Steele, estudiante de literatura, llega al despacho de Christian Grey, un millonario joven, a hacerle una entrevista. Primera apreciación: Grey es una especie de Horst Paulmann, Andrónico Luksic o Sebastián Piñera, sólo que nadie se pregunta de dónde saca tanta plata ni si acaso se ha cagado a alguien. No, él sólo tiene plata. Y es joven y alto y mino. Un “Adonis”. Punto. No pregunten nada más.

Al momento que se ven, quedan pegados el uno con el otro, y como Christian Grey tiene plata, hace todo lo que quiere. Investiga a Anastasia, la busca, la jotea con su parada de macho alfa protector y le propone firmar un contrato para que ella sea su sumisa. Tiene sentido porque Anastasia se pasa todo el libro diciendo lo muy tímida y underground y oyente de Snow Patrol que es. Porque Grey es un sádico, pero pronto se verá que su sadismo tiene que ver con una triste infancia, puros traumas, pobre niño rico. Y al final la cosa se trata de cómo ella salva a Grey de sus traumas y perversiones con amor, no con sexo (Spoiler, perdón).

En fin, si aún no se convencen de que Cincuenta Sombras de Grey es una mierda, en esta nota, la primera de cuatro razones:

Los ricos son bacanes y les compran cosas lindas a los pobres

La primera razón, que exponemos en este artículo, es el descarado arribismo que está presente a lo largo de toda la historia.

Christian Grey es un megamultimillonario confiado, seguro de sí mismo, abacanado mientras Ana es pobre, es insegura, tímida, torpe y hipster. Lo deja claro porque escucha “rock indie” (Nelly Furtado y Coldplay), usa Converse (una zapatilla muy ordinaria), no le gusta socializar, prefiere “el anonimato de una charla en grupo, en la que puedo sentarme al fondo de la sala y pasar inadvertida” (frase textual del profundo personaje).

Y ese estereotipo se repite en todos los personajes. La amiga de Ana, Katherine también tiene plata, pero mucha plata. De hecho, ambas viven en la casa que los papás de Katherine le compraron. Y Katherine estudia periodismo, empoderada, inquisidora, y confiada. Esa confianza que da la plata.
Los personajes pobres, o apenas no millonarios, en cambio, están llenos de dudas, son torpes y no encuentran su lugar en el mundo.

Una de estas personas es José, el amigo hispano de Anastasia, que es el primero de su familia en ir a la Universidad y que a Katherine no le cae muy bien (qué raro), y con el que Anastasia se siente muy a gusto porque es pobre como ella. O eso dice, hasta que se deja seducir por el dinero y las joyas;

Claro, cómo no, a Christian le da celos José desde que intenta besar a Anastasia. Y obviamente la regla número uno de este libro es nunca elegir al latino.

En algún momento también aparece el padrastro de Ana, que en realidad es como su padre, el hombre que la crió. Un hombre sencillo de clase media, pero de verdad, no como Golborne. El hombre llega para la graduación de la Universidad de Anastasia y la autora se encarga de destacar que su terno le queda grande, o sea, que es cuma, de gente pobre, no como Christian que se hace trajes a la medida, lo que deja en claro cuando Grey llega a entregar los diplomas de la graduación.

El supuesto atractivo del choque de clases queda de manifiesto con el primer encuentro entre los protagonistas, donde una torpe y desaliñada Ana se tropieza y cae al suelo mientras las manos firmes de Grey la recogen hacia su mundo de lujos (algo nunca antes visto en ninguna película adolescente o teleserie mexicana). Este tono en la relación se mantiene durante toda la trilogía.

Porque parte del romance que Anastasia comienza con Christian Grey tiene su atractivo en el mundo de lujos que él le muestra. Casas enormes, viajes en helicóptero, motos de agua, fiestas de gala con máscaras, puras cosas con las que la humilde Ana queda marcando ocupado a pesar de su discurso de que eso a ella no le interesa. De hecho, al principio le “molesta” esa prepotencia de cuico, pero igual se emociona cuando él le manda los tres tomos de Tess, la de los d’Urberville, de Tom Hardy, avaluado en 14 mil dólares (unos 7 millones de pesos), que además es uno de los libros favoritos de Ana, y del cual Cincuenta Sombras se roba más de una idea. Y no hay que ser muy inteligente para saber que si vas a plagiar a alguien, al menos no lo menciones en tu escrito.

Anastasia dice y repite un montón de veces que le va a devolver los libros y que no puede aceptarlos, pero al final todo queda en intenciones porque se los deja calladita. Y por supuesto, después de los libros viene el iPod, el iPad y el Macintosh (¿Quién les dice así? ¿Estamos en 1990?), porque un hombre como él, a quien le gusta tener el control de todo, no puede permitir que ella hable por cualquier teléfono ni use cualquier computador. De hecho, él la critica porque maneja un Escarabajo, o sea, un auto súper flaite. De hecho, “queda boquiabierto” y “horrorizado” al ver el auto. Le pregunta si está en condiciones de circular y si es seguro. Lo mismo ocurre cuando Ana consigue un trabajo. “¿Para qué vas a trabajar?” le dice, “¿si lo tienes todo?”. Porque obvio, trabajar es para el proletariado y no para la gente bien. Y aunque Ana se las da de independiente y de que “quiero ganar plata” igual no más la autora encuentra recursos facilistas para entregarla a su mundo burgués de comodidad.

En el segundo libro, Christian Grey, para controlar a su mina, compra la compañía donde está trabajando de una. Así, se saca un puñado de millones de dólares del bolsillo. Y eso no es capitalista, es bacán, porque él lo hace todo por ella. Y el cuiquerío aumenta con los libros, cuando en el último Christian la lleva a una luna de miel (SPOILER, ups) por Europa y le regala una pulsera de platino lo que a ella obvio que le carga. Además, tanto le molestan los excesos que explica cada detalle de lujo que le da Grey, y lo hermosa y bacán que se siente cuando ya lo tiene todo. Una sensación de bienestar que un pobre no puede tener.


Cincuenta Sombras de Grey, segunda parte: La sumisa que no quiere un puño en el culo
A las mujeres nos encanta que nos humillen y nos pisoteen
La segunda razón, que exponemos en este artículo, es cómo las mujeres amamos perder nuestras libertades y fusionar nuestra personalidad con la de un macho alfa protector.

Ok. Se supone que el leitmotiv del libro, al menos del primero, es el deseo de Christian Grey de lograr que Anastasia Steel sea su sumisa. Porque esta es la única forma en que Grey puede tener una relación. No le interesan las novias, ni “hacer el amor”, sólo le interesa el sexo y el sexo sadomasoquista donde él es el amo y las mujeres voluntariamente son sus sumisas.

Pero Grey, quien dice que no duerme con nadie, que sólo tiene sexo y deja a las mujeres en una habitación especial para ellas, duerme con Ana. No tiene sexo con ninguna mujer si no es por contrato, pero con Ana lo hace. Porque Ana sólo alcanza a firmar el contrato de confidencialidad y no el de sumisión antes de que Grey se la tire. O sea, Ana sabe que Grey no le conviene y es frío y nunca la amará como ella quiere que la amen, pero sigue adelante con la estúpida convicción de que ella puede cambiarlo. Y como este libro es estúpido, funciona.

De todas formas, Grey le extiende un contrato de sumisa que supone una serie de privaciones de su libertad, como que no puede masturbarse cuando no esté con Grey ni sin su orden. Sólo puede usar ropa “que el Amo haya aprobado”, porque podría tener que acompañarlo a algún evento y sería último de cuma que fuera con su ordinariez de ropa. Tiene que hacer ejercicio cuatro veces a la semana y sólo puede comer lo que está detallado en una lista creada por Grey. Tiene que dormir obligatoriamente ocho horas al día y siempre estar depilada. Y debe depilarse en un salón de belleza “elegido por el Amo”. Además, la sumisa “será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente”. El contrato también incluye, como guía para el femicida, que no se dejarán marcas de golpes en lugares visibles.

Sin embargo, lo que a Ana más le causa dudas es el dolor, no la supresión absoluta de su voluntad: “No estoy segura de tener estómago para ser sumisa… En el fondo, lo que me tira para atrás son las varas y los látigos. Como soy débil físicamente, haría lo que fuera por evitar el dolor”. Ese es el análisis más profundo que Ana es capaz de hacer al cuestionarse si acepta o no el contrato. Para ser fiel a la realidad, Anastasia presenta un par de reparos súper rebeldes, ridículos e inútiles al contrato. Por ejemplo, que no piensa hacer ejercicio cuatro veces a la semana, sino tres. Se mantiene firme en su postura de no dormir 8 horas, sino 6 y le da un no rotundo al fisting (que le metan un puño en la vagina o en el culo). Toda una mujer de armas tomar.

Y en el fondo, todo lo que propone el contrato no tendría nada de malo en una relación sadomasoquista. De hecho, eso es lo que uno espera. Espera leer sobre máscaras de cuero, gente colgada de la espalda con piercings, penetración con objetos inusuales, correas de perro, rasguños, fisting y más. Pero no, no hay nada de eso. Ana nunca firma el contrato y comienzan su relación amorosa manteniendo esa dinámica de Amo/sumisa más por un machismo descarnado que por un contrato sexual de sadomasoquismo

Más allá de la relación amo/sumisa que no llega a concretarse, (porque Ana salva a Christian con la fuerza del amor, como Myriam Hernández y la Ena Von Baer), Ana incluso en su relación de “flores y corazones” se somete a todo lo que dice Christian, pero con el argumento de que él, al ser mayor, más sabio y más todo, quiere lo mejor para ella. Y en un par de ocasiones Ana, motivada por su súper feminismo, decide actuar haciendo lo que ella quiere, pero la situación termina demostrándole que Christian siempre tiene la razón. ¿Quién dijo patriarcado?

La misma actitud respecto a los lujos, que ella parece aborrecer pero termina aceptando sin más, se repite cuando a partir del segundo libro establece una relación convencional con su multimillonario. Acá la premisa parece ser que Christian siempre hace las cosas por su bien (y no porque sea un maniático controlador de mierda a quien se le justifica todo por su traumática infancia). Cuando en el artículo anterior mencionábamos que Grey compra la compañía donde Ana trabaja, no es para controlar todo lo que hace y sus correos y sus horarios, no. Es para protegerla. De hecho, cuando confiesa que compró la empresa y Ana está supuestamente emputecida, Christian le dice “La he comprado porque puedo, Anastasia. Necesito que estés a salvo”. Lo terrible de todo esto, es que en más de una ocasión uno siente que está leyendo una aventura sexual entre un padre y su hija. Y no en una forma catastrófica como Old Boy (SPOILER) o Edipo Rey o Electra. Sino en una forma de “E.L. James, hazte ver”.

Con el mismo argumento se la lleva a vivir con él, porque aparece una ex sumisa peligrosa (muy poco peligrosa), y Christian le impide a Ana ver a cierta gente, con unos celos que no son celos, son “preocupación”, la misma preocupación que la obliga a comer y a cortarse el pelo y a interferir en su trabajo de tal manera que incluso en el segundo libro llega a impedir que ella viaje a Nueva York con su jefe, algo que ella misma reconoce como una “oportunidad profesional”. Y todo porque Grey dice que su jefe se la quería puro comer. En realidad todos sabíamos que esa era la intención, menos Ana. Y una no puede hacerle frente a un hombre jote a menos que venga otro a defenderte, ¿cierto, amigas?

Lo peor es la actitud pseudo rebelde que adquiere Ana de forma casi graciosa, para hacerse la linda antes de obedecer todo lo que dice Christian. Por ejemplo acá:
“-¿Y si a mí no me gusta el bife?
-No empieces Anastasia.
-No soy una niña pequeña, Christian.
-Pues deja de actuar como si lo fueras”.

Una actitud que no dura más de un párrafo, porque Christian es tan rico y tan irresistible que es mejor hacerle caso que perderlo. Y esa es la gran enseñanza del libro, haz todo lo que quiera el hueón o te quedái soltera. Gracias, E.L. James.
 En la tercera parte voy a poner la foto que han publicado. La cara de lerda lo merece.


Cincuenta Sombras de Grey, tercera parte: Una trilogía escrita como el hoyo

Mi sobrino que no sabe escribir escribe mejor que E.L. James

La tercera razón, que exponemos en este artículo, es que la pésima escritura de E.L. James hace de la lectura de la trilogía, una acción completamente insufrible.

Ya, todos estamos de acuerdo en que hay libros y películas que sólamente son divertidas y su fin es entretener. Todos hemos visto a Adam Sandler actuando de Adam Sandler durante 20 años y nos hemos reído en todas esas interpretaciones. El problema es cuando Adam Sandler ya no te hace reír y el “pacto de lectura” no se cumple. E.L. James promete entregar una historia erótica, sexual y sensual; misteriosa y divertida. Y falla catastróficamente.

Lo primero que se hace absolutamente insoportable es la voz de la narradora. Una figura extraña que se pasea entre el narrador protagonista y el omnisciente, y una nueva creación: el narrador psicoanalista. Porque quien cuenta la historia es Anastasia, pero al mismo tiempo parece saberlo todo.
O sea, Christian Grey no sólo te mira con “ojos grises” (apelativo que se repite dolorosamente en toda la trilogía. E.L., entendimos las primeras 160 veces que dijiste que Christian tiene ojos grises). Sino que cada sonrisa, cada mirada, cada movimiento se extiende y se especifica ridículamente a lo largo de toda la página. Como acá, donde en menos de dos páginas se refiere a esa expresión obviamente conocida de cara de guardar secretos: “sonríe, y de nuevo es como si tuviera conocimiento de algún secreto”, y luego de una respuesta de Christian: “me dice con su sonrisa de estar guardando un secreto”. Y 500 páginas después “me dedica su habitual sonrisa de ‘yo sé algo que tú no’”. E.L., cuéntanos, esa sonrisa ¿se parece a esta? :)

Cada gesticulación parece estar acompañada de emociones que sólo la protagonista es capaz de descifrar. Nadie simplemente sonríe o arquea las cejas, sino que aquí la gente “reprende con indulgencia y una mirada llena de amor”, o dice cosas y Ana percibe “un matiz extraño en su voz… ¿veneración quizá?”. Todo esto descifrado de la pronunciación de la palabra “mamá”.

De hecho, la autora debe pensar que sus lectores son completos imbéciles, porque no es capaz de sugerir nada. Cada gesto tiene un adjetivo que indica la función o la intención con la que se hace, como cuando escribe: “Sonrío dulcemente con sarcasmo” o “Él inspira intensamente” o dice que “Su mirada es firme e intensa”. De hecho, Ana tiene la manía de hacer comentarios de prácticamente todas las cosas que dice, ya sea reafirmándolas o sobreexplicándolas. (Como lo que acabamos de hacer en estos últimos tres párrafos, ¿se entendió, amiguitos lectores?).

Por otro lado, la mayor diferencia que parecen tener los personajes es el sexo o la edad. Todos hablan igual, piensan igual Y son súper minos (menos José el latino, por supuesto). Además, E.L. demuestra su nula capacidad de crear otras personalidades cuando, al final de la trilogía, vuelve a relatar el momento en que Christian y Anastasia se conocen, pero ahora, desde la perspectiva de él (aplausos). Y resulta que la subjetividad de Christian es la misma que la de Ana, sólo que más femicida.

Más allá de todo, Cincuenta Sombras es una trilogía que no justifica las más de dos mil páginas que tiene. Porque de verdad, leerlo es sentir que no pasa absolutamente nada. El primer libro se trata de cómo Christian seduce y se culea a Ana, el segundo de cómo le pide matrimonio y el tercero de cómo se casan y tienen hijos. Todo el resto son pensamientos interminables de Ana (“Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado en la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido”) o situaciones que introducen cierta tensión, pero que no dura más de dos páginas. O de diálogos y escenas que no aportan absolutamente nada, como las líneas entre Christian Grey y un funcionario de una torre de control en que sólo se leen frases de jerga de vuelo en helicóptero en toda la página o la conversación de media página entre Grey y el mesero que los atiende en un restaurante (todo en Times New Roman 12)

Mientras al final del primer libro, la pareja se separa, al comenzar el segundo no pasan ni siquiera tres páginas antes de que Christian vuelva a enviarle un correo electrónico. Seis páginas después se vuelven a ver y antes de que se acabe el primer capítulo, ya están culeando de nuevo. Además, la E.L. James es seca para crear situaciones que no llegan a ninguna parte. En el momento en que crea cierto conflicto en el mundo de Bilz y Pap de Christian y Ana, las desarma de inmediato. En un momento Christian desaparece, y más allá de un capítulo eterno donde Ana solo se lamenta y se pasa mil quinientos rollos que podrían haberse resumido en un “estoy muy preocupada”, el tema pasa sin pena ni gloria. Igual que prácticamente todo lo que amenaza la felicidad de la pareja y justifica tener 3 libros de 600 páginas y no sólo uno de 200.

Porque lo peor del exceso de hojas es que en el primer libro una se pasa 150 páginas esperando el sexo salvaje que al final llega en una relación sexual que se puede encontrar en cualquier motel chileno. Y después de eso, es sexo, sexo, sexo injustificado cada 5 páginas. Y créenos, E.L. James, no tenemos nada en contra del sexo, pero por qué no asumir que alargaste una novelita soft porno de un par de capítulos a tres mil dolorosas páginas. ¿Por qué intentar justificar el sexo con una historia pseudo romántica para mujeres con cero amor propio? Y, mujeres del mundo, ¿por qué no aceptar que nos gusta el porno, la masturbación y el sexo, en todas sus formas, como a cualquier otra persona? ¿Por qué no meterse a RedTube o YouPorn o Xvideos sin vergüenza y sin tener que justificarlo con fantasías de romance adolescentes?

Al final E.L. James, igual la hiciste. No cualquiera se hace famosa y millonaria escribiendo una trilogía como el hoyo.
 Si esto es sadomasoquista, mi abuelita es Marilyn Manson

Antes de matar la talla, cerramos la tetralogía de por qué este libro es un asco llegando al punto fundamental. El sexo.

Sí, porque lo que más nos cargó de Cincuenta Sombras de Grey es que no nos calentamos ni un poquito. Y esa era la esperanza que teníamos.
Como dijimos anteriormente, la trilogía es 5% historia y 95% sexo. Pero es el sexo que una se imagina que tendrían las princesas de Disney después de casarse con el príncipe: coreográfico, perfecto, sin ni una gota de sudor, menos un fluido (¿quién dijo que el sexo hacía transpirar?).

Christian es tan perfecto que siempre la tiene parada y la mete bien, nunca se le va la erección, nunca se agota, siempre eyacula en el momento preciso. Y Ana, por su parte, tiene el clítoris más hipersensible del mundo. De verdad una llega a cuestionarse si toda su vida sexual ha sido una mentira, porque a Ana no se le sale ni por si acaso un peo vaginal.

Lo peor es que, después de leer toda la paja del joteo con tintes de femicidio entre Grey y Steele y llegas por fin a las primeras escenas sexuales, te topas con sexo a lo misionero, sexo vaginal por atrás, masturbación y sexo oral. OH, cuidado con estas rarísimas prácticas amatorias. Después de eso, las posiciones más innovadoras son culear parados, ella sentada sobre él y más sexo oral. Después de miles de escenas sexuales que en realidad no llaman tanto la atención, pasan una de dos cosas. O empiezas a sentir pena por las mujeres chilenas que se entusiasman con una masturbación en la tina, o te empiezas a cuestionar si tu vida sexual es demasiado degenerada.

Y lo más decepcionante viene a la hora de llegar al sadomasoquismo. En primer lugar, E.L. James deja completamente claro que la afición de Christian Grey es producto de la terrible infancia del hijo de una puta adicta al crack (a quien llaman así cada vez que se refieren a ella, putaadictaalcrack) y de una persona que no sabe amar de otra manera, es decir, un problema, de la misma forma en que el anarquismo para El Mercurio es un trastorno psicológico que le ocurre a los hijos de padres separados.

Aunque ya explicamos que al final Ana nunca firma el contrato y la relación Amo/sumisa se traduce en el machismo de Grey, Ana de todas formas decide someterse, al menos en lo sexual, a las “perversiones” de Grey. Y esto se deja claro cuando ella decide entrar al “cuarto del dolor”. Una pieza llena de objetos de tortura medievales. Y uno ahí sí que se emociona, esperando que los latigazos sean el calentamiento previo a un mundo de oscuras prácticas sexuales. Pero no. Eso es todo. Latigazos, palmadas, bolas metálicas en la vagina, esposas, antifaces y correazos. Eso. Grey amarra a Ana de pies y manos y la culea. La castiga con palmadas y la culea. Le amarra las manos y la culea. Le da unos latigazos en el clítoris y la hace llegar al orgasmo. Y después la culea. La narración, además, es más matapasiones que Labbé en colaless. Al final en vez de calentar, las erecciones que se asoman por sobre la espuma de la tina, sólo terminan causando gracia.

Llega a ser tan burdo el trato del tema del sadomasoquismo, que Christian tiene un psicólogo que lo ayuda a resolver sus dramas. Porque Christian parece estar más consciente que los lectores que lo suyo es un trastorno y debe ser resuelto. El doctor Flynn, un inglés, que es como el estereotipo del intelectual pa los gringos, le explica a Ana:

“Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad: es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y consentida entre adultos, no hay problema”.
Si creen que esto es un artículo de Wikipedia, no. Es la forma de E.L. de introducirnos a la psicología del BDSM.

Más allá de la violencia o no violencia, no puede ser que en absolutamente todas las escenas de sexo, haya diálogos como el que sigue:
“-Uau -murmura sin aliento.
-Uau- Repito e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.
Me mira con ojos ardientes.
-Qué efecto tienes en mí, Ana”.

Puede ser que nosotras no estemos culiando bien, pero en serio, ¿quién dice siempre que va a tener sexo: “¿A quién deseas? A ti. -Di mi nombre. -¡Christian! -Oh, ¡Ana!”.
Y al final todo eso del sexo sádico y perverso que contiene la trilogía es puro cuento, porque a lo largo de las novelas queda claro que aquella faceta de Christian Grey se abandona progresivamente hasta llegar a una caricatura. Esto es, palmadas en poto.

Al final del primer libro, Anastasia le dice a Christian que quiere probar el lado “más oscuro” del sadomasoquismo, o sea, que le requete dé como caja. El punto es que cuando llegan a la “sala del dolor” Christian le da cinco correazos hasta que ella, llorando, le dice que pare y que es un enfermo de mierda. Se da cuenta de que esa es la única forma de Grey de relacionarse “amorosamente”, cosa que aparentemente no le había quedado clara 400 páginas atrás cuando Grey le pasa un contrato de sumisión que especifica lo que le gusta y no le gusta hacer sexualmente.

Y después resulta que Ana recapacita y se da cuenta de que igual le gusta la tontera, a ella y a su “diosa interna”, una especie de álter ego o manifestación psicológica de su clítoris que se arrodilla ante ella cuando Christian la mira intensamente con sus ojos intensos con intensidad. Pero en los libros siguientes, cuando Ana hable de “sexo perverso” se referirá a un par de palmadas en el poto y el uso de dildos, los resabios de un sadismo curado por el amor, porque Ana logró cambiar a Christian Grey y hacerlo dejar sus traumas #esposible.

Lo más triste es terminar de leer la trilogía y sentir que te violaron con un manual sexual de Carlos Larraín, porque el mensaje al final es que toda aventura sexual, para que sea bacán y se disfrute, debe terminar necesariamente en matrimonio, una casa grande, un auto deportivo, hijos y un buen puesto en una empresa. Y por supuesto, con la idea de que el sadomasoquismo es un impedimento para lograr una vida sentimental plena. Al final no puedes evitar sentir que te metieron el tremendo dildo del capitalismo y el sueño americano y no te diste ni cuenta.

Así que ya están advertidos. The Clinic Online le da a Cincuenta Sombras de Grey menos 15 estrellas. Y mujeres, si de verdad están buscando algo para calentarse, pongan “porno” en Google. Se van a sorprender.
Gracias a este fic me he dado cuenta de que mi vida sexual supera a la de mucha gente. Si las mujeres mojan las bragas con esta basura, sus maridos/novios/amigos/ligues nos las tocarán ni con palo.

Es muy normal que un hombre te diga cómo vestirte. Es muy normal que te diga qué debes comer. Es muy normal que te ponga un GPS para controlarte. Es muy normal que compre la empresa en la que trabajas para que nadie se te acerque. Es muy normal que un hombre compre dos billetes de avión cuando visjas sola, para que ningún hombre se siente a tu lado. Es que todo es taaaaaan nomal...

También es muy normal como siempre las mujeres somos las pobres vírgenes sin personalidad y los hombres son los ricos que se follan hasta un agujero en la pared. Las mujeres siempre somos la pobrea infelices que no tenemos dónde caernos muertas mientras que ellos siempre tienen de todo. Ellos siempre nos dominan y siempre nos enseñan de todo el lo referente al sexo y la vida. ¡Ah! Y nosotras no tenemos porqué trabajar. Ya están ellos para mantenernos. Y siempre depiladas, no vaya a ser que ellos se traguen un pelo.

Los libros son denigrantes pero más denigrantes es como las mujeres se revuelvan en la denigración y la quieren en sus vidas. Cada día siento más vergüenza ajena, y repulsión, por todas esas mujeres que sueñan con un hombre que abuse que ellas porque es rico. Luego te las ves de feministas de boquilla.

Lo mejor es cuando justifican a Grey con sus traumas. Claro, como tienes un trauma de pequeño, de mayor tienes que ser un hijo de puta. ¡Es taaaan justificable! Siempre son ellos los traumatizados y las mujres somos las que tenemos que aguantar sus abusos porque "el pobre tiene un trauma". Si tiene un trauma que pida ayuda a un especialista. Ya está de bien de justificar que un hombre abuse de una mujer.

En fin, es siempre lo mismo. Mujeres sanas, estamos rodeadad de completas anormales que nos arrastran al mismo saco. Gracias a Dios he podido leer y conocer a mujeres en sus cabales que tieen dos dedos de frente y reconocer los abusos. No se dejan hipnotizar por fics escritos por una completa analfabeta.

Y antes de terminar, Emma Watson es otra de las nuestras.


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